Este objetivo implica atender a cada persona mayor desde una perspectiva global, considerando no solo sus necesidades físicas y sanitarias, sino también sus dimensiones emocionales, sociales y afectivas. El enfoque integral permite ofrecer un acompañamiento que va más allá del cuidado básico, adaptándose a la situación particular de cada residente. La personalización del trato garantiza que cada persona sea reconocida y atendida de acuerdo a su historia, preferencias, valores y ritmo de vida.

Ingresar en una residencia no significa poner fin al propio camino vital, sino continuar construyéndolo en un nuevo entorno. Este objetivo pone en valor la trayectoria de vida de cada persona, respetando sus decisiones pasadas y apoyando sus deseos presentes y futuros. Se fomenta la participación activa en las actividades y decisiones del centro, permitiendo que cada residente siga sintiéndose protagonista de su propia historia.

Preservar la autonomía, en la medida de lo posible, es clave para el bienestar y la autoestima de las personas mayores. Esto significa ofrecer apoyo sin sustituir su capacidad de decisión, promoviendo que cada persona mantenga el control sobre su vida cotidiana. Además, se respeta el estilo de vida individual —rutinas, costumbres, creencias y gustos—, adaptando el entorno residencial para que se asemeje lo máximo posible al hogar.

Todos los residentes deben recibir el mismo trato, sin discriminación por motivos de edad, género, nivel socioeconómico, salud o procedencia. Este principio garantiza el acceso equitativo a los recursos, servicios y actividades del centro. Asimismo, se protege la dignidad personal en todo momento, asegurando una atención respetuosa, empática y profesional, que valore a cada persona como sujeto de derechos.